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Un dia para celebrar

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Yao Sheng Shakya

 

“Seis días trabajarás, mas en el séptimo día descansarás; aun sea en el tiempo de arar y de segar, descansarás.”

Éxodo 34:21

“Nunca confundas movimiento con acción”

Ernest Hemingway

 

Hoy quería hablarles de algo muy importante para todos nosotros: el descanso. Esta es la era de la civilización en donde se ha erigido como ídolo a la eficiencia. No sabemos bien para que queremos la eficiencia, pero a todos nos venden soluciones que nos permiten acercarnos al ideal: comida pre-lista, transportes rápidos, agendas sobre todo tipo de dispositivo o en la nube, métodos diversos para organizarse, videos motivacionales, pastillas mágicas que nos ahorrarán horas de ejercicios… en fin. Me pregunto de que le sirve a una persona ser eficiente si hace las cosas equivocadas. Si, por ejemplo, cursara un programa para ser el más tonto del barrio, lo lograría 15% antes que los demás (disculpen la exageración obvia). Tal vez, esa sea el fin de correr para todos lados: que nos libre de responder estas preguntas.

Aún peor, mucha gente se vuelve adicta a lo urgente. Todo el tiempo, les gusta estar haciendo cosas, no importa qué. La urgencia se vuelve como una droga sin la cual no pueden vivir y, como muchas drogas, les impide hacerle frente a las cuestiones importantes. Son como exploradores abriéndose paso a machetazos en la selva equivocada.

En las oficinas, pero sobre todo en algunas empresas donde el valor colectivo es la urgencia, las personas corren de acá para allá como gallinas sin cabeza, llevando papeles y carpetas en las manos, mandando correos electrónicos (la cantidad de correos enviados y llamados realizados es un parámetro de eficiencia en estos lados) y otras tareas que demuestren movimiento constante. Tal vez nadie entienda si están realmente logrando algo, pero no importa. Mientras nos movamos sin cesar, no sentiremos la necesidad de preguntárnoslo.

La proactividad, idea introducida por el psiquiatra Victor Frankl como “la libertad para elegir nuestra actitud frente a las circunstancias que nos ofrece nuestra propia vida”, ha sido tergiversada por los sectores de recursos humanos de todo el mundo para pedir “gente que se lance a resolver los problemas que surjan como polillas al fuego”. Victor Frankl era además un judío que fue llevado a los campos de concentración, donde perdió a su mujer y a sus padres. En el período de varios años donde fue sometido a todo tipo de privaciones y vejaciones, él desarrolló este concepto, con la íntima convicción de que a pesar de no tener grandes libertades externas (los guardias regulaban cada minuto de la vida de los prisioneros), nadie podría quitarle su libertad interior.

Aún más, el ocio, como actividades que realizamos en nuestro tiempo libre, se liga cada vez más al consumo. No sirve de nada tener tiempo libre si no tenemos dinero para gastar: restaurantes, reuniones con bebidas y alimentos exóticos, discotecas, parques temáticos, consolas de juegos, computadoras, teléfonos, tablets… parece ser la única forma de “disfrutar” ese tiempo libre.

Déjenme contarle un pequeña historia al respecto:

En la antigua China vivía un hombre conocido por su autoconfianza y trabajo duro. Había comenzado muy joven a trabajar en un comercio de comidas y, tras cumplir agotadoras jornadas de trabajo, había acumulado lo suficiente como para abrir su propio local.

La experiencia acumulada sumada a un manejo impecable de las compras y el esfuerzo que ponía en atender a los clientes hizo de su emprendimiento un éxito. Pocos años después, ya contaba con varias sucursales y había comenzado nuevos negocios en las ciudades vecinas.

A medida que su imperio comercial se expandía, también lo hacía su cansancio. Más negocios, más problemas que atender… adicionalmente, su éxito era un imán para los charlatanes, los ambiciosos, los estafadores, gente que robaba su atención a diario. Un día, exhausto, se dio cuenta de que a pesar de su riqueza material, su vida era miserable y sin sentido. No sabía que hacer. Se sentía un poco humillado… imagínense. Toda una vida trabajando para conseguir esto y se daba cuenta de que a su alrededor todo se desplomaba. Su esposa y sus hijos, que una vez habían sido su pilar y la fuente de sus motivaciones, se habían vuelto unos extraños para él. Secretamente, pensaba que lo soportaban más bien. Pensó en que cosas compartían… y no se le ocurrieron muchas cosas más que el techo. Se sentía desorientado y deprimido, así que se decidió a visitar a un viejo maestro Chan que vivía tras las montañas para pedirle consejo. El viaje duraba un par de días, así que avisó a su familia y a los encargados de sus negocios y partió.

El camino era precioso: los bosques vestían tonalidades rojizas y amarillas en el fresco otoño y la brisa traía consigo el frescor de la nieve de las cumbres. Las montañas azules, perfectas y silenciosas se recortaban en el horizonte, inalcanzables. Cada paso que daba aflojaba el nudo en su pecho y esperaba con ansia el encuentro con el maestro. Por las noches, acampaba y comía algunos vegetales que mezclaba con trigo seco y agua.

Un día, cuando estaba por amanecer, llegó a la cabaña donde vivía el maestro. Era un hombre muy anciano, aunque sus movimientos mostraban una gran agilidad. Cuando él llegó, estaba absorto contemplando una tetera de hierro sobre el fuego. Su sonrisa le inspiraba confianza y tranquilidad. El maestro, lo invitó a sentarse en un tronco junto al fuego y le ofreció una taza de té hirviente. Una vez le hubo contado su estado interior y el dilema que cargaba sobre sus hombros, el viejo monje simplemente sonrío y le dijo:

– Buen hombre, vienes a mí abatido y cansado. No hay nada de malo en tus negocios, me cuentas que siempre has obrado con honestidad y esfuerzo. Pero así, como el caminante detiene su marcha y observa el Sol y las estrellas para saber si va en la senda correcta, es justo detenerse de vez en cuando. Todo en este mundo es transitorio, tú, yo, tus riquezas, incluso este bosque y estas montañas desaparecerán a su tiempo. El hombre del Zen lleva dentro su tesoro y va por el mundo con alegría sabiendo que nadie se lo podrá quitar. Buda predicó que esta vida era amarga y dolorosa justamente a causa de nuestros deseos… y que la única forma de salir era acabar con ellos.

– Maestro, he invertido años de mi vida de esta manera y me siento incapaz de cambiar. En mi juventud, me juré que algún día sacaría a mi familia de la pobreza y les daría las comodidades que se merecían. Pero ahora me siento como el árbol que ha derramado toda su savia y ya no tiene más para dar. Estoy muerto por dentro. Sus palabras me conmueven, pero muéstreme un camino que pueda seguir.

– Hijo, no hay recetas mágicas. Cada uno tiene un camino diferente que recorrer. No te arrepientas demasiado. Si no hubieses llegado a este punto, jamás te habrías dado cuenta de lo vacío que era vivir para el mundo. Afortunada o no, tu decisión te trajo aquí. Y si estás aquí, es porque el trabajo invisible ha comenzado. Cada día, una vez terminada tu labor, llega a tu hogar y despréndete de lo que lleves. Báñate con tranquilidad y ceremonia y deja que tus pensamientos se aquieten. Luego, medita. Respira profundamente y siente como, poco a poco, los pensamientos se van como burbujas en la corriente. Siéntate a la mesa con tu esposa, con tus hijos, escúchalos. Ellos no sólo necesitan de tu dinero, sino de ti. Necesitan tu consejo, tu abrazo, tu sonrisa. Practica de esta manera. Un día a la semana, haz las previsiones para dedicarte completamente al Dharma. Medita, pasea por el bosque, comparte con los tuyos las horas que ya no volverán.

– Hay gran sabiduría en tus palabras, pero ¿Qué será de mis negocios? Se resentirán y me arruinaré. La gente que me miraba con admiración no se molestará en saludarme, incluso mi familia me dará la espalda.

– Ese es tu ego hablando. Tu no eres tus negocios, si no, no estarías aquí. Dedícate a ellos, pero no le entregues completamente tu corazón. No dejes que tu estima esté ligada solamente a tu éxito o a tu fracaso. Aquí debes luchar. Cada vez que te encuentres atrapado por este tipo de pensamientos, déjalos irse. Puedes manejar tus actividades sin orgullo ni apego, aunque no lo creas. No regales con ligereza tu tesoro.

Los dos hombres intercambiaron unas palabras más y luego se separaron. Al volver a su ciudad, nuestro protagonista cambió su forma de vivir. Poco a poco, su vida floreció nuevamente. Había aprendido el valor del verdadero descanso.

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Lago Escondido, Bariloche, Argentina. Foto: Yao Sheng Shakya

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