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El ladrón generoso

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Yao Sheng Shakya

Queridos amigos,

A menudo nos pone sumamente contentos ayudar a alguien que lo necesita. Lo cierto es que muchas veces nos sentimos halagados de que hayan acudido a nosotros y, aunque no queramos reconocerlo nos sentimos un poco “superiores”. Si no ¿por que habrían acudido a nosotros? Luego, cuando otra persona viene en nuestra ayuda, respondemos al pedido ya que, después de todo, tenemos una imagen que mantener de ser personas amables y bien dispuestas.

El Zen nos enseña en cuantos problemas nos podemos meter cuando nos sentimos obligados por nuestros propios egos a ayudar, ayudar y ayudar, sin meditar un momento en nuestras motivaciones.

Déjenme que les cuente una pequeña historia:

 

Un joven padre de familia trabajaba en una verdulería y, durante tiempos difíciles en el país donde la comida era escasa, hurtaba algunos vegetales para su esposa y sus hijos.

Al enterarse de esto, su hermano y su suegra, acudieron a él y le suplicaron que les trajera algunos vegetales y frutas extra. Ya era difícil para él sustraer comida para su familia, pero sintiendo que no podía negarse, se prestó a ello.

Pronto, su hermano y su suegra sintiéndose “muy orgullosos” (y algo más inteligentes que la media, también) de que tenían un familiar tan caritativo, corrieron el rumor por todo el barrio y pronto algunos vecinos acudían a él para pedirle que les consiguiera un poco para ellos.

Así fue como el dueño de la tienda se dio cuenta del robo y denunció a nuestro joven protagonista. El hombre fue arrestado y culpado por la sustracción de la mercadería. Su familia estaba claramente avergonzada. Obviamente, nadie podía confesar que había estado recibiendo mercadería robada. Y confesémoslo, nadie quiere tener sangre en común con un ladrón… aunque, en privado, los beneficiarios de antaño le decían a nuestro bienintencionado ladrón frases del tipo “cualquier cosa que necesites estaremos aquí para ayudarte”, sus discursos nunca se concretaron.

¿Quién colaboró para pagar los honorarios de su abogado? Nadie

¿Quién se prestó a asistirlo mientras estaba en la cárcel? Nadie

¿Quién ofreció sostener económicamente a su familia mientras estaba preso? Nadie

Uno de los principales preceptos del Zen nos prohíbe tomar algo que no es nuestro. Si el hubiese cumplido  esa regla, no hubiese plantado en su conducta ese hábito que creció y creció hasta llevarlo a la cárcel. Muy tarde aprendió que el deseo de agradar, de ser amable sin importar que, había arruinado su vida y la de su familia.

Normalmente escuchamos todo tipo de discursos que nos animan a ayudar, a compartir, a dar todo de nosotros a los demás ¿Quién puede estar en contra de eso? Pero cuando nuestro ego toma el control, bañado de la satisfacción de ser el héroe del día, entonces nuestra conducta se apodera de nosotros y nos volvemos ciegos a toda posible consecuencia.

 

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