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La muerte y las semillas de mostaza

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Yao Sheng Shakya

Queridos amigos,

Cuando alguien muere, a menudo escuchamos a algunos Budistas hablar acerca de la reencarnación y de que será del difunto en su próxima vida. El Zen tiene un punto de vista más pragmático acerca de la muerte.

En India, Buda solía viajar de ciudad en ciudad para dar sus charlas. La gente venía desde muy lejos para escucharlo. Muchas veces, le solicitaban consejo, a lo que el accedía amablemente.

Una joven madre, llamada Kisa Gotami, vivía sola en su casa mientras su marido viajaba por el país como parte de su trabajo. Ella era una chica inexperta y vivía bastante lejos de su madre como para recibir consejos cada vez que lo necesitaba (y en esa época ¡no existían los teléfonos!).

Una noche, su pequeño hijo se enfermo. A pesar de todos sus esfuerzos y buenas intenciones, el niño murió. Incapaz de aceptar la tragedia, durante días y días continuó acunando al niño, cantándole, contándole cosas… con la secreta esperanza de que respondiera.

Un vecino se apiadó de ella y le sugirió a Kisa que llevara el bebé al Buda, quien estaba predicando en un pueblo cercano. “Si alguien puede ayudarte con tu niño, es Él”, le dijo el vecino. Así que Kisa acudió al Buda, llevando el cuerpo de su hijito.

“¿Curarás a mi hijo?” le preguntó al Buda cuando lo encontró “Está en un sueño profundo y no quiere despertar”

El Buda comprendía el problema. Kisa no podía aceptar el hecho de haber perdido a su pequeño. Aún así, le dijo: “Puedo ayudarte. Debes visitar una casa y conseguir allí algunas semillas de mostaza para que haga un ungüento con ellas. Pero hay algo muy importante que debes observar: en la casa dónde obtengas esta semilla no debe haber muerto nadie, nunca”.

Así, ella fue a la primer casa y preguntó al hombre que la atendió si le daría unas semillas de mostaza. La semillas eran algo común y barato entre la gente, así que este no dudó en darle algunas. “Sólo hay una cosa además”, le dijo Kisa “nadie debe haber muerto en esta casa”.

“Oh, entonces no puedo ayudarte. Mi esposa murió en su cama aquí hace alrededor de un año”, le explicó el viudo.

Kisa fue a otra casa. Aunque el dueño estaba listo para ayudarla, tuvo que admitir que había perdido a su padre hace unos meses, con lo cual sus semillas no serían de utilidad.

Y así fue ella, casa por casa, hasta que hubo visitado cada lugar del pueblo sin que nadie pudiera ayudarla. Entonces ella volvió al Buda, y con lágrimas en los ojos, aceptó enterrar a su hijo.

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